"He vivido cosas que la mayoría de la gente solo puede soñar", decía resuelta frente a la compasión cuando alguien lamentaba el infortunio de la parálisis progresiva que le inmovilizó la mitad inferior del cuerpo y la dejó en una silla de ruedas desde los 20 años.
Recordaba así la deportista paralímpica belga un historial repleto de récords nacionales y europeos, victorias en Mundiales y cuatro grandes metales: oro y plata en los 100 y 200 metros de los Juegos de Londres 2012, y bronce y plata en el 100 y el 400 de Río 2016, su adiós definitivo a la competición.
Este martes, el Ayuntamiento de su localidad natal, Diest, anunció su fallecimiento a los 40 años de edad tras abandonar el tratamiento que recibía en un hospital y someterse a una eutanasia.
El diagnóstico a los 14 años, acompañado de un largo peregrinaje por hospitales para identificar la enfermedad, fue un mazazo para una adolescente inquieta que hasta entonces nadaba, montaba en bicicleta y practicaba jiu-jitsu. Su padre, Joseph, la recuerda como una niña activa, jugando con chicos y subiéndose a los árboles.
En su nuevo escenario vital, Vervoort se adaptó a las nuevas circunstancias con fiereza. Empezó con el baloncesto en silla de ruedas, probó el triatlón y finalmente eligió la explosividad de las distancias cortas en su silla de ruedas, las disciplinas que le reportaron mayores éxitos y le permitieron conocer la gloria olímpica.
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